Resumen
Desde la ética aplicada el artículo realiza aportes teóricos al campo de la deontología profesional en general y del ejercicio de la profesión en Psicología en particular. Se trabaja, por un lado, la noción central de responsabilidad extendiendo su análisis más allá de los ámbitos jurídico-legales, para arribar a un tratamiento ético-antropológico que reinterpreta su sentido a partir de tres dimensiones: intrasubjetiva, intersubjetiva y colectiva. Por otra parte, se retoma el concepto aristotélico de phrónesis (la virtud de la prudencia) como modo de respuesta de quien ejerce una profesión en su saber-hacer frente a la responsabilidad que le es siempre demandada. El ejercicio de un juicio moral en situación (o búsqueda del justo medio) permitiría al profesional una actitud ética que evalúa las posibles acciones a seguir, eligiendo aquella más cercana a la consideración del otro en su dignidad universal pero también en su particularidad.
La Psicología, como disciplina y profesión del campo de las ciencias humanas, se convierte en un caso ejemplar porque la presencia del ‘objeto de estudio’ -otro sujeto- invita a adoptar una intención ética de responsabilidad prudente. El pensamiento ético-hermeneútico de Paul Ricoeur ha sido la principal fuente de referencia en la confección del presente trabajo.
Palabras clave ética - profesión - psicología - responsabilidad
Referencia
Sánchez Vázquez, M. J. (2008). Ética y profesión: la responsabilidad en términos de prudencia responsable. El caso de la psicología. Fundamentos en Humanidades. Universidad Nacional de San Luis -Argentina, 1 (17), 145-161. Recuperado de:
Secreto Profesional
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El secreto profesional se presenta ya que, para el cumplimiento correcto de su labor, un profesional necesita acceder a información personal e íntima de su usuario. El secreto profesional, de esta manera, es parte fundamental de la relación establecida entre el paciente y el tratante en las diferentes ciencias de la salud, siendo mencionado directamente en el juramento hipocrático:
Todo lo que vea y oiga en el ejercicio de mi profesión, y todo lo que supiere acerca de la vida de alguien, si es cosa que no debe ser divulgada, lo callaré y lo guardaré con secreto inviolable.
El secreto profesional existe para garantizar que en la relación establecida entre las partes se pueda transmitir toda la información necesaria para llevar a cabo de manera correcta la labor. Debido a que al momento de llevar a cabo su intervención el psicólogo, así como el abogado, médico o terapeuta, necesita acceder a información que el usuario podría querer reservar para sí se hace necesario que existan condiciones que garanticen al usuario que podrá hablar con libertad para que así se pueda presentar un servicio adecuado. En la medida en que el usuario reconoce que su tratante se encuentra en la obligación de reservar para sí mismo la información adquirida durante la consulta información, él podrá comunicar todo aquello relevante al proceso sin temer a que sea usado en su contra.
Es de esta manera que se presenta el secreto profesional como una defensa del derecho a la privacidad, intimidad y buen nombre de los usuarios del servicio psicológico. Por lo tanto, la violación del mismo consta una violación de los derechos del usuario. Adicionalmente, en la medida que el secreto es una condición necesaria para la correcta práctica de la profesión, al violarlo se está poniendo en riesgo la idoneidad del psicólogo para llevar a cabo sus labores; y se está afectando indirectamente al gremio como un todo en la medida que el público podría interpretar la falta al secreto como una conducta adecuada de todos los profesionales si esta no es atendida. Sin embargo, se reconoce que el profesional podrá encontrarse en situaciones límite en las cuáles proceder estrictamente de acuerdo al secreto profesional podría considerarse como una postura incompleta. Por esto el secreto profesional puede verse como una problemática ética y como una legal.
Referencia
Por Gerardo Hernandez 2016.publicado por eticapsicologica.org.Modificado por última vez en Jueves, 25 Octubre 2018 17:33. http://eticapsicologica.org/index.php/documentos/articulos/profesional
El problema del cuidado en psicología: Un diálogo entre principios y sentimientos
Al pensar la responsabilidad dejando de lado el problema de su imputación (¿cuándo es posible imputar responsabilidad por algo?) para dirigirse a su contenido, esto es la pregunta qué es la responsabilidad, autores como Sartre, Horkheimer, Lévinas, entre otros, coinciden en que ser responsable tiene que ver con la asunción de un tipo particular de compromiso, cuyo contenido implica ofrecer respuestas discursivas (reconocimiento) y prácticas (cuidado) frente a los llamados que nos hacen los demás. En ese sentido, el ejercicio de la responsabilidad puede caracterizarse como una práctica que involucra el cuidado y el respeto por el otro y el mundo [1]. Sin embargo, para que esta formulación resulte productiva, es necesario que se indague sobre los modos en que tal práctica puede materializarse; para nuestro caso y de forma particular, al interior del ejercicio de la psicología. Con el propósito de contribuir a ese objetivo, el presente texto se ocupará de uno de los elementos que caracterizan a un psicólogo responsable, a saber, el cuidado que asume respecto de sí, respecto de los usuarios y colegas, así como de las instituciones en las que desarrolla su labor.
La psicología es una profesión con una responsabilidad social amplia que, por tanto, debe asumir compromisos de carácter ético. Para promover y garantizar esos deberes, que a la vez son derechos de los usuarios, se crearon los tribunales deontológicos; así mismo, se han venido desarrollaron reflexiones de carácter normativo sobre la manera en que debe darse la práctica psicológica. En esa línea resultan fundamentales las consideraciones que plasma la Ley 1090 de 2006, así como diferentes trabajos que desde COLPSIC y otras instancias se han realizado para comprender los compromisos al interior de una deontología profesional como la que cobija a los psicólogos. Estos trabajos encuentran una síntesis, aunque no se reducen a ello, en la nueva versión del Manual Deontológico y Bioético del Psicólogo, Acuerdo # 15, que fue presentado a la comunidad en el mes de febrero del año 2016 [2]. Allí los principios que deben guiar la práctica de los profesionales encuentran una fundamentación que trasciende el ámbito de lo legal para ubicarse, más bien, al interior de una reflexión moral que remite, en su espíritu, a la realizada por la Declaración de los Derechos Humanos y, en última instancia, a la idea de dignidad. Para ejercer la psicología de forma responsable, explica el manual, es necesario que los profesionales asuman en sus prácticas diferentes principios morales que buscan cuidar y reconocer la dignidad de los demás.
En el documento Ética y el ejercicio de la psicología en Colombia (2016) [3], Félix Rojas explica que el cuidado, en tanto componente de la responsabilidad, busca hacer justicia a la dignidad, para que esta se haga presente en las diferentes relaciones y espacios de nuestra vida. Pero ¿cómo entender ese concepto al que el cuidado apunta como objetivo? ¿Qué es eso de la dignidad? Sin pretender dar una respuesta última, quisiéramos empezar por la clarificación de algunos aspectos de esta noción, para comprender cuál es el llamado que la dignidad hace y la responsabilidad, la respuesta, a la cual aspira.
La dignidad humana
Tras la frialdad que está a la base del daño, las políticas que llevan al sufrimiento o la negación del otro, suele haber una característica común en las personas que participan de estas situaciones, a saber, una suerte de incapacidad para juzgar las consecuencias morales de sus actos y, por tanto, para preguntarse por qué se debería asumir una serie de compromisos con los otros que propendan por su cuidado, su libertad y su bienestar en sentido general. Se trata de lo que autores como Hannah Arendt, Philip Zimbardo o Stanley Milgram expresaban a través de tesis como la de la banalidad del mal o el problema de las fuerzas situacionales en condiciones de obediencia a la autoridad. Theodor Adorno sugería que aquel que no se cuestiona estas cosas suele tener una concepción sobre el otro, según la cual su valor reside en lo que puede brindarle, de suerte que la relación que entabla con los demás queda encapsulada en el ámbito de la lógica instrumental o mercantil, donde son valores como la utilidad o el beneficio propio los que sirven de criterio para la acción. Frente a la frialdad que ha colonizado nuestras relaciones y la incapacidad para asumir deberes morales más allá de nuestro círculo de afecto, hace falta, no solo realizar modificaciones institucionales que impidan el daño promoviendo la capacidad de juicio, sino también promover reflexiones profundas, que pensando en aquello que nos hace valiosos, permeen los sentimientos que se encuentran, junto a los juicios, a la base de nuestras acciones.
Cuando se vive en contextos en los que se ha naturalizado la violencia y esta no genera compasión ni redenciones al interior de relaciones de dominación, en el territorio de múltiples violencias simbólicas, etc. fácilmente puede generarse una sensación según la cual las relaciones deben ser, precisamente, ejercicios de fuerza en los que triunfa el más poderoso y donde se deja de lado la consideración por el daño moral que se le infringe al otro en la búsqueda de los propios intereses, de la satisfacción de los propios deseos, fundando así una cierta identidad narcisista incapaz de sentirse interpelada por las necesidades ajenas. En un contexto como el descrito es necesario no solo juzgar el daño, sino también hacerle frente a través de la construcción de otras maneras de comprender el mundo, esto es, de lenguajes que nos abran a perspectivas sobre las que sea posible construir relaciones de bienestar. La reflexión sobre la dignidad pasa entonces por un intento en la construcción de un lenguaje divergente al de la violencia que espera fundar relaciones de cuidado, reconocimiento y responsabilidad en virtud del valor de las personas.
La dignidad es un concepto que a lo largo del tiempo ha sido abordado desde múltiples perspectivas. Destacan, por ejemplo, las visiones de la dignidad como consecuencia y atributo. La primera puede encontrarse en aproximaciones de carácter teológico en las que se señala que los seres son dignos porque son creación de un ser supremo. En esta perspectiva, la dignidad es la consecuencia de una causa anterior al ser; tal es, por ejemplo, el sentido que guarda una frase como: “los hombres fueron creados a imagen y semejanza de Dios”. El problema con esta visión es que, basándose en un esquema causal, hace que de la verdad de la causa dependa la verdad de la consecuencia: si Dios existe y creó a los hombres, luego estos son dignos. Ahora bien, en el marco de una sociedad pluralista esta lectura resulta peligrosa ya que, al justificar la dignidad del hombre en la verdad de Dios, y teniendo en cuenta que esta razón no resulta vinculante para todos ni mucho menos demostrable, se puede caer en una visión totalitaria que imponga como justificación de la idea de valor que sostiene los deberes morales y políticos, una visión exclusiva del mundo.
Otra visión del concepto como atributo, que podemos encontrar en el espíritu de la sociedad griega y que encarna el problema de lo político, señala que es la pertenencia a un tipo particular de grupo lo que nos hace dignos. Esta lectura instaura una diferencia entre el nosotros y el ellos, que se convierte en la base para la construcción de la identidad de grupo; así las cosas, somos dignos en la pertenencia a un grupo que nos diferencia del otro que nos pone en cuestión y que, por su parte, carece de dignidad. Siguiendo esta línea, el otro que no es como nosotros se lo considera un ser de menor categoría: el bárbaro, el extranjero, el esclavo, la mujer. Sujetos frente a los cuales, desde esta lectura excluyente, no se tienen los mismos deberes que los que mantenemos con los nuestros. El problema de esta perspectiva es que encarna la violencia y puede convertirse en un elemento de legitimación del daño ya que, al hacer del otro un sujeto carente de dignidad debido a su diferencia, no tengo razones que me vinculen con su cuidado.
Un tercer camino, ligado al anterior, piensa que la dignidad es un atributo que se conquista; de suerte que su presencia en el ser es el resultado de un tipo particular de actos. Así, por ejemplo, se piensa que una vida digna es una vida virtuosa y que, en tanto la vida no responda a un cierto estándar moral, estético y político, no resulta digna. Tal es la idea que se puede ver en defensas del daño que afirman, por ejemplo, que cuando un victimario niega la dignidad de su víctima pierde la suya y que, por tanto, no merece nuestra consideración. Así mismo, es el tipo de justificación que se encuentra tras la defensa de castigos como la pena capital. El problema de este tipo de aproximaciones es que convierten a la dignidad en un atributo susceptible de poseerse o no y, en esa medida, no puede ser un valor vinculante que justifique los deberes que tenemos para con los otros en sentido amplio.
Dejando de lado estas perspectivas y más cerca de una lectura kantiana, se puede afirmar que la dignidad, al menos para la deontología psicológica, no es una consecuencia o un atributo susceptible de poseerse o no, sino más bien, una condición sine qua non del ser, lo que la hace inalienable, esto es un valor intrínseco que no requiere fundamentación adicional, sino que, por el contrario, es la base desde la cual se fundamentan los principios de acción. Esto quiere decir que, independientemente de la existencia de Dios, de la comunidad a la pertenecemos, o del tipo de vida que llevamos, la dignidad está presente en nosotros. Es en tanto que se considera a las personas como dignas en sí mismas que se instaura la necesidad de tratarlas como fines y no como medios, esto quiere decir no valerse de ellas sino, por el contrario, hacer lo posible para enriquecer su experiencia en términos de bienestar y reconocimiento. Respecto de la postura kantiana, Dorando Michelini (2010) [4] señala en su texto Dignidad humana en Kant y Habermas que:
En cuanto ser dotado de razón y voluntad libre, el ser humano es un fin en sí mismo, que, a su vez, puede proponerse fines. Es un ser capaz de hacerse preguntas morales, de discernir entre lo justo y lo injusto, de distinguir entre acciones morales e inmorales, y de obrar según principios morales, es decir, de obrar de forma responsable. Los seres moralmente imputables son fines en sí mismos, esto es, son seres autónomos y merecen un respeto incondicionado. El valor de la persona no remite al mercado ni a apreciaciones meramente subjetivas (de conveniencia, de utilidad, etcétera), sino que proviene de la dignidad que le es inherente a los seres racionales libres y autónomos (Estudios de filosofía práctica e historia de las ideas, 12 (1), 41-49).
Decir que una persona es un fin en sí misma supone asumir acciones que den cuenta de tal valor absoluto. En ese sentido, el reconocimiento de la dignidad no es una pasividad; antes bien, es un continuo compromiso que se asume frente al llamado que la dignidad del otro nos hace. Siguiendo la lectura hecha por Emanuel Lévinas (2002) [5], a propósito del problema del rostro, podemos comprender que la dignidad se expresa en la simple presencia (no requiere palabras) y que demanda un tipo particular de compromiso, según el cual, se espera que frente a la necesidad se ofrezca ayuda, que en nuestras relaciones se asuman posiciones de cuidado recíproco.
Lévinas explica en Totalidad e infinito que el otro, sin decir palabra, todo el tiempo me está expresando algo: “no me mates” y “ayúdame si lo necesito”. Ese llamado es, precisamente, el que busca salvaguardarse al apelar a la noción de dignidad no solo al interior del Manual Deontológico Deontológico, sino también en la Declaración de los Derechos Humanos o la Constitución Política. El compromiso inicia con un proceso en el que debemos aprender a ver la dignidad, a través de un ejercicio de crítica que nos libere de las ideologías y conceptos que, como un velo, cubren esa presencia que manifiesta el ser. Hablamos, entonces, de una evaluación de nuestros prejuicios que nos abra a comprender al otro como un igual que merece nuestra consideración para, a continuación, entregarnos a un verdadero ejercicio de cuidado. Pero ¿Cómo comprender esta práctica? ¿Puede la psicología a través de su deontología realizar ejercicios de cuidado? ¿Cómo distinguir el paternalismo del cuidado?
Por Christian Alfredo Rubiano Suza y José Alexis Blanco Rodríguez . 2017.publicado por eticapsicologica.org. El problema del cuidado en Psicologia. tomado de http://eticapsicologica.org/index.php/documentos/articulos/item/10-cuidado-en-psicologia
Dilemas Éticos
Un dilema ético es una situación en la que se hace presente un aparente conflicto operativo entre dos imperativos éticos en forma tal que la obediencia a uno de ellos implica la transgresión del otro. En general, se denomina dilema ético cuando un agente (el profesional, en este caso) tiene razones para llevar a cabo dos acciones (o más), cada una de las cuales favorece un principio diferente, y no es posible cumplirlas sin violentar alguno de ellos. De esta forma, el agente está en una situación en la que está condenado a cometer una falta: sin importar lo que haga, hará algo “equivocado” o faltará a una obligación[1].
En el presente portal se propone el Modelo de Tres Niveles como una alternativa para la resolución de dilemas éticos apropiada a las situaciones que enfrentan los psicólogos en Colombia.
Dilemas Éticos en la Vida Profesional
Es poco frecuente encontrarse en la práctica profesional dilemas perfectos, en los que se oponen dos o más principios de idéntico valor. Hay una cierta tendencia a considerar la beneficencia como principio principal. En ese caso una situación no sería un dilema perfecto porque primaría la beneficencia. Sin embargo, en los casos en los cuales el profesional se encuentra en una relación dual, se puede oponer la beneficencia respectiva de cada población vinculada a la relación dual. Así ocurre por ejemplo, en el entorno escolar, donde el profesional se puede encontrar en una situación en la que se oponga la beneficencia de un estudiante concreto a la beneficencia de otro alumno o integrante de la comunidad académica.
Víctor Cláudio, miembro del Comité Permanente de Ética de la Federación de Asociaciones de Psicólogos (EFPA) de Europa, señala que el dilema ético “surge del conflicto entre procesos morales, éticos y emocionales, y las normas jurídicas” [2]. Sin embargo, suele preservar la definición clásica de dilema, donde un agente (el psicólogo en estos casos) tiene razones morales para ejecutar cada una de las opciones, pero debe decidirse por una de ellas. El factor crucial de un dilema ético es que todas las opciones posibles deben ser hechas, pero hay una imposibilidad para su ejecución [1]. Por ejemplo, cuando hay una exigencia de beneficencia (proveer los mejores medios para la solución de una situación psicológica) pero para lograrlo, parecería ser necesario revelar información confidencial obtenida en la intervención. Así, el psicólogo se enfrenta a defender la beneficencia y respetar la confidencialidad, conducta que no es posible simultáneamente en esta situación.
De forma operacional, una situación ética dilemática se presenta cuando:
a) El agente debe elegir entre dos o más opciones relacionadas con Principios Éticos.
b) El agente está obligado a actuar, porque abstenerse de actuar atenta contra algún principio ético (Beneficencia, Justicia, etcétera).
c) Las opciones presentes para proceder involucran acciones contra diversos principios, y entonces el actor debe seleccionar, por ejemplo, atentar contra la autonomía o atentar contra la beneficencia, en alguno(s) de sus estándar(es).
En términos generales, se reconocen varios tipos de conflictos en situaciones dilemáticas: a) entre dos principios éticos. b) entre ética y ley, una situación frecuente desde el inicio de la legislación sobre las consecuencias judiciales del trabajo disciplinar [3][4] , c) entre ética personal (valores) y exigencias del rol profesional, o entre los valores de tipo religioso del profesional y del paciente [5][6] d) entre principios y leyes, e) entre sistemas de creencias del profesional y el rol profesional [7].
Por Leonardo Amaya y Gloria María Berrío-Acosta. septiembre 2016. Dilemas Éticos. publicado por eticapsicologica.org. tomado de http://eticapsicologica.org/index.php/documentos/articulos/item/7-dilemas-eticos
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